
El otro es un cerezo o guindo (el de la foto), no sé muy bien, según la bondad del paladar del que pruebe su fruto. Este es mucho más joven que aquel y sin embargo por su porte parece que le triplica en edad. Además este tiene el privilegio de ser el único ejemplar de mi jardín con mote, es “el güito”, supongo que no hace falta explicar su procedencia…
La clave sobre su desarrollo se encuentra en el lugar que elegí para plantarlos, ambos en el mejor sitio de sendas praderas, el primero en ligera pendiente, pero con base superficial de roca granítica e infranqueable que forma el subsuelo de la parcela, y el segundo, en una pradera explanada sobre los cascotes de obra que no tuve fuerzas de llevar yo sola al vertedero, donde sus raíces juegan caprichosas entre los huecos libres que quedan entre cascotes, persianas, zapatos viejos y hasta ruedas de bicicleta (que hay que ver qué cosas tan raras que abandonan los albañiles en el transcurso de una obra).
Cuando los observo, me hacen reflexionar sobre las elecciones cruciales que hay que tomar en la vida y la importancia real de los principios.
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Cerasus
Tras horas de insomnio, me ducho y me visto sin mirarme al espejo. Desayuno café, tostadas y un recuerdo.
Trabajo y ahogo el recuerdo que intenta brotar como el agua en su nacimiento. Evito el encuentro.
De regreso, observo en el parque a una madre que mece a su hijo. Para él es sólo un juego.
A oscuras no hay latidos que dicen que sigo existiendo.
Y así me duermo.
Como pasos de un péndulo que marcan mis días, la mermelada, la fuente, el columpio, el silencio, otro capítulo. Un tormento.
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Triloba
Ignacio Pérez de la Fuente vivió con su madre hasta el mismo día que la encerró en un armario, a la espera de que la encontrara la muerte antes que nadie.
Durante veintiséis años escuchó los reproches y amarguras de la mujer que le dio la vida un día y odio todos los demás, como pago por el abandono de su padre, un ex legionario que nadie recordaba si enloqueció a consecuencia de su unión con aquella mujer, o ya antes venía tocado.
Aquel hombre dejó a Ignacio pocos recuerdos y dos jaulas, una con un canario que al poco tiempo murió dejando su columpio vacío, y otra mayor, el bajo interior de la calle Postas nº 8, la portería que desde el día que se fuera para siempre, regentó su mujer, no con escoba de palma sino con cepillo de raíces.
Cuando la tarde del 29 de Abril, Ignacio volvió de su trabajo de bedel en la tercera planta del Ministerio de la Vivienda, encontró a su madre subida a la escalera tratando de bajar la vieja maleta que se encontraba en el altillo desde el día en que su dueña entró en aquella casa del brazo de su reciente esposo. Le estaba contando, desde el peldaño más alto, su intención de regresar por unos días al pueblo para ahogar las oscuras intenciones de heredar que adivinaba en las líneas no escritas de la carta que recibió de su hermana, cuando perdió el equilibrio y cayó en mala postura.
Tras comprobar un leve latido en su cuello, Ignacio subió a la escalera, bajó la maleta y retiró la escalera para introducir en el armario a su madre. Mientras cerraba la puerta pensó que sólo pasaba una página más de uno de los libros que amenizaban las eternas horas de trabajo. Otro capítulo.
A la mañana siguiente, cuando hubo disfrutado como nunca antes del silencio de esa casa, llamó al Ministerio para avisar de su obligada ausencia, salió con la maleta y cruzó la calle para entrar en la pastelería Mallorquina a desayunar un trozo de aquella tarta de merengue y mermelada de ciruelas que se le había negado desde niño.
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Los relatos corresponden al juego de creatividad de Felizonia.
Palabras clave: Fuente, mermelada, columpio, silencio y capítulo.